En Argentina, las consultas por trastornos como la depresión y la ansiedad en adolescentes han crecido de forma alarmante. Según datos del Hospital de Clínicas “José de San Martín” de la Universidad de Buenos Aires, durante el último año se registró un incremento del 30% en la cantidad de jóvenes que buscaron atención por estos motivos, reflejando una tendencia que se replica en diferentes regiones del país y del mundo.

A diferencia de los adultos, en quienes la depresión suele manifestarse con tristeza profunda, apatía y pérdida de interés general, en los adolescentes los síntomas pueden adoptar formas más difíciles de identificar: irritabilidad, cambios bruscos de humor, aislamiento social, alteraciones en los hábitos de sueño o alimentación, bajo rendimiento escolar y hasta conductas que buscan castigo como forma de expresar malestar emocional.

La psiquiatra infantojuvenil Silvia Ongini, especialista del Hospital de Clínicas, explicó que uno de los mayores obstáculos sigue siendo el estigma que rodea a los problemas de salud mental, lo que retrasa la búsqueda de ayuda. “Es esencial que las familias y los docentes presten atención a los cambios de conducta y puedan intervenir a tiempo. Los adolescentes necesitan sentirse contenidos para poder expresar lo que les pasa sin miedo a ser juzgados”, sostuvo.

Por su parte, la licenciada en psicología Sonia Almada, experta en salud mental infantojuvenil, subrayó que muchos síntomas en niños se confunden con “mal comportamiento”, cuando en realidad pueden estar indicando un trastorno subyacente. En la infancia, la depresión puede presentarse a través de berrinches frecuentes, hiperactividad, insomnio o cambios repentinos en la alimentación.

La exposición a redes sociales y pantallas también está teniendo un fuerte impacto. La psiquiatra Geraldine Peronace señaló que hoy en día, muchos adolescentes vinculan su autoestima con la cantidad de «me gusta» o visualizaciones que reciben en plataformas como Instagram o TikTok. Esta búsqueda constante de validación digital puede afectar la autoestima y contribuir a la aparición de síntomas depresivos o ansiosos.

Además, los efectos del aislamiento durante la pandemia continúan influyendo negativamente en el bienestar de los adolescentes. Muchos niños y jóvenes atravesaron etapas clave del desarrollo sin la interacción social necesaria, lo que dejó secuelas emocionales difíciles de reparar sin acompañamiento profesional y familiar.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de cada siete adolescentes entre 10 y 19 años padece algún trastorno mental, y el suicidio se posiciona como la tercera causa de muerte en personas de entre 15 y 29 años. Esta realidad vuelve urgente el fortalecimiento de políticas públicas en salud mental, así como la concientización social sobre la importancia de detectar los signos de alerta y actuar con rapidez.

La salud mental en la adolescencia no puede seguir siendo un tema tabú. Escuchar, contener y acompañar son pilares fundamentales para ayudar a los jóvenes a atravesar una etapa de la vida marcada por múltiples cambios y desafíos.

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