Un estudio reciente volvió a poner en debate la diferencia entre los niveles reales de seguridad y la percepción de riesgo que manifiestan los jóvenes de la Generación Z. Aunque diversos indicadores muestran que, en comparación con décadas anteriores, los entornos actuales presentan menores niveles de violencia y mayores recursos de prevención, el sentimiento de inseguridad entre adolescentes y jóvenes adultos continúa en aumento.
La investigación señala que esta brecha no se explica únicamente por factores delictivos, sino por una combinación de elementos sociales, culturales y tecnológicos. La exposición constante a noticias negativas, hechos violentos viralizados en redes sociales y contenidos alarmistas genera una sensación permanente de amenaza, aun cuando esos episodios no formen parte de la experiencia cotidiana directa de los jóvenes.
Otro aspecto clave es el impacto emocional que dejaron la pandemia y los cambios acelerados en las formas de socialización. El aislamiento, la incertidumbre y la ruptura de rutinas reforzaron la percepción de vulnerabilidad, especialmente en una generación que creció hiperconectada y con acceso inmediato a información global, muchas veces sin filtros ni contextualización.
El estudio advierte que esta percepción de inseguridad tiene consecuencias concretas: aumento de la ansiedad, menor autonomía, restricciones en la movilidad y desconfianza hacia las instituciones. Frente a este escenario, especialistas sostienen que las políticas públicas y las estrategias educativas deben ir más allá de los datos estadísticos y contemplar el plano subjetivo del miedo.
Comprender cómo los jóvenes construyen su idea de riesgo se vuelve fundamental para diseñar acciones de prevención más efectivas, fortalecer el acompañamiento emocional y reducir la distancia entre la seguridad real y la que la Generación Z cree experimentar en su vida diaria.