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Cada día, miles de objetos creados por el hombre orbitan nuestro planeta: entre 7.000 y 8.000 satélites activos conviven con restos de cohetes, tuercas, paneles solares y otros fragmentos que, eventualmente, pueden reingresar a la atmósfera. La mayoría se desintegra antes de tocar tierra, pero algunos fragmentos más grandes sobreviven y representan un riesgo potencial, aunque extremadamente bajo, para zonas habitadas.
Según la Agencia Espacial Europea (ESA), existen más de 1,2 millones de fragmentos de entre 1 y 10 centímetros, y alrededor de 140 millones más de entre 1 milímetro y 1 centímetro. Estos restos no solo amenazan satélites y la Estación Espacial Internacional, sino que también aumentan la complejidad de las operaciones de monitoreo y control orbital.
El riesgo para las personas es mínimo: las estimaciones de la ESA indican que la probabilidad de que un ser humano resulte herido por caída de chatarra espacial es menor a 1 en 100.000 millones al año. Aun así, hay antecedentes de daños materiales; por ejemplo, en 2003 fragmentos del transbordador Columbia cayeron en Texas, atravesando techos sin causar víctimas.
Para reducir estos riesgos, agencias como la NASA y la ESA desarrollan tecnologías de captura de desechos en órbita y sistemas de seguimiento más precisos, con el objetivo de controlar el creciente volumen de basura espacial y prevenir accidentes futuros.
Aunque el peligro de impacto directo sigue siendo remoto, el aumento constante de objetos en órbita subraya la necesidad de una regulación internacional más estricta y de soluciones innovadoras para garantizar la seguridad en el espacio y en la superficie terrestre.