El paciente llega a su consultorio y pone sobre el escritorio la historia clínica. Cáncer de tal tipo, en fase tal, con tal tratamiento realizado o por realizar. Ella escucha, toma nota y pregunta más. Dónde se desató el desequilibrio, por qué enfermamos, qué estilo de vida llevábamos hasta el momento del diagnóstico. Esas y otras cuestiones más están presentes en la práctica cotidiana de la doctora María Laura Nasi, oncóloga y experta en medicina integrativa, quien acaba de publicar su primer libro donde recopila sus experiencias y enseña cómo restablecer el equilibrio del cuerpo.
Justamente el texto se titula El cáncer como camino de sanación. Claves para restablecer el equilibrio perdido (Paidós). Allí, reúne historias reales de enfermos de cáncer y da una muestra de cómo sanar gracias a las técnicas antiestrés, el buen manejo de las emociones y una dieta saludable; todo eso, mientras se respetan los parámetros de la medicina convencional.
¿Qué es la medicina integrativa?
Es un nuevo enfoque en donde se vuelve a mirar a la persona como un todo. Ya no se enfoca en la enfermedad, sino en el paciente que está enfermo y, desde el diagnóstico, se trata de abordarlo con la medicina convencional y con todas las otras terapias que sirven para ayudar a volver a un estado de salud.
¿Por qué es recomendable tratar a los pacientes oncológicos con este tipo de corriente médica?
El paradigma que estamos utilizando de enfocarnos en la enfermedad y tratar a todos los pacientes de cáncer de la misma manera nos está dejando preguntas sin responder. El hecho de poder mirar a la persona y encaminarla a implementar todo aquello que lo ayude a restituir esa red psico-neuro-inmuno-endócrina es una parte del proceso muy importante. Existen estudios -sobre todo en pacientes con cáncer de mama- que afirman que si se implementa un abordaje integrativo -es decir, además de su tratamiento convencional, se suman técnicas antiestrés y una buena alimentación- deviene en una mejor calidad de vida con menos recidivas.
¿Por qué la palabra cáncer pesa?
Es algo histórico, de toda la connotación social que se le puso a la palabra. Viene de un momento en que no había tratamientos efectivos. Después de la Segunda Guerra Mundial, vieron que el uso de gases tóxicos hacía que se disminuyera la cantidad de glóbulos blancos de las personas expuestas a ello. De ahí se pensó en la idea de usar esa técnica en leucemias. Obviamente que esto traía un montón de toxicidad y de alguna manera terminaba haciendo mal. Además, las primeras cirugías eran muy cruentas y hacían asociar al cáncer con el padecimiento y la muerte. Pero actualmente, la situación es diferente. En general, el 50% de los diagnósticos de cáncer en un país civilizado se curan. Los procesos de sanación están dirigidos al tumor o al sistema inmunitario y se saben controlar mucho mejor los efectos adversos de los medicamentos. Pero ese fantasma del cáncer ligado al sufrimiento, al debilitamiento, al perder el peso, al dolor, a los efectos colaterales, sigue. Hay lugares y personas que no quieren ni nombrarlo. Y no querer enfrentarse al fantasma lo hace más grande.
¿Por qué nos enfermamos?
Nuestro ser posee una inteligencia innata increíble: desde la unión de un óvulo y un espermatozoide, que son la fuente pura de la información, desarrollamos órganos tan complejos como el riñón, el cerebro y el corazón. En ese sentido, tiene la sabiduría para mantenernos sanos y recuperar la salud. Pero, cuando entra en falla, caemos en un desequilibrio y hace que seamos más vulnerables a bacterias o virus con las que nos cruzamos constantemente (por ejemplo, con una epidemia de gripe), o a células mutadas que viven en nuestro cuerpo. Estamos expuestos todo el tiempo a agentes cancerígenos: la luz ultravioleta, la polución ambiental, el humo del cigarrillo, los pesticidas que vienen en las comidas y productos procesados, el estrés crónico, las situaciones emocionales que no podemos descargar y la falta de ejercicio. Si las células empezaron a vivir descontroladamente en nuestro interior, van a tener vía libre para seguir creciendo.
¿Las emociones negativas también enferman?
Sí, el mal manejo de ellas son enferman. Las emociones, en sí, no son malas. Son las que nos permiten la integración de lo biológico con lo sutil de nuestro ser. El miedo, la bronca o la angustia no son una reacción sólo mental, sino que son algo que sentimos en las fibras más íntimas. Bien canalizadas, son útiles para nosotros (por ejemplo, una situación de miedo puede ponernos en alerta para alejarnos de algo que nos puede hacer mal); pero, mal utilizadas, nos dañan más de lo que creemos. Hoy en día no tenemos educación de cómo identificarlo y lidiar con eso, y estamos sometidos a situaciones súper estresantes complejas. Por ejemplo, pasamos el día sentados frente a la computadora con una demanda que no alcanzan las horas para responder, con malos tratos, poco reconocimiento del trabajo y miedo a perderlo. No paramos de acumular broncas, donde el mandato es “aguantar y seguir”. Todo eso se traduce biológicamente en moléculas de emoción que no se liberan jamás. Hago esta comparación: el perro, cuando tiene miedo y ladra, libera toda la adrenalina. Después, se puede recostar tranquilo a hacer una siesta. Nosotros las acumulamos: nos quedamos en la silla en vez de ir a correr, cantar o hacer alguna actividad física de descarga. Volvemos a casa con esa energía, no podemos dormir, estamos con los pensamientos recurrentes, y terminamos en agentes como el alcohol, la comida, la droga y los somníferos para canalizar.
El estrés es un factor desencadenante en las enfermedades, pero muchas veces no sabemos cómo mejorarlo y los médicos lo resumen a “tomate unas vacaciones”. ¿Qué hacemos?
Lo que nosotros llamamos estrés es técnicamente el distrés, que es el estrés malo. Porque el eustrés es un estrés bueno, que nos motiva, que nos hace encender el motorcito interno para salir al mundo y cumplir con todas las ocupaciones del día. Hay personas que ante una situación de mucha demanda laboral, tiene recursos como para saber cómo atender a ello y se mantiene en un estado de eustrés. Pero hay otras que no y su respuesta inmediata es apretar el botón de emergencia. Es decirle al cuerpo “estamos en una situación crítica”, lo que gatilla en sustancias químicas como el cortisol y la adrenalina. Si nos agarra un piquete camino al trabajo o la niñera no llega a tiempo para cuidar al nene, nos desbordamos. Si tenemos poca autoestima, nuestro juicio es muy alto, sentimos muchas culpas y cargamos con piedras pesas en la mochila, también. En definitiva, vivimos activando ese botoncito todo el tiempo y no nos damos el espacio para que el cuerpo recupere el estado de calma. Lo saludable es hacer cada día prácticas o terapias que nos hagan ejercitar la relajación. La acupuntura, los masajes, la reflexología, la meditación, el yoga. Todo eso contrarresta la carga del estrés acumulado.
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