El fenómeno en cantidad de espectadores abarrotando las salas de todo el mundo para ver «Barbie», de Greta Grewig y «Oppenheimer», de Christopher Nolan, sin duda es una buena noticia para el cine, maltrecho por las consecuencias de la pandemia y luchando a brazo partido contra el streaming hogareño, que justamente se afianzo durante las restricciones impuestas a nivel global por el coronavirus.

En su primera semana en cartel «Barbie» convocó a 1.627.907 espectadores solo en Argentina, lo que significó que concentró el 56 por ciento del total de la taquilla y elevó a 2.890.521 del total de las entradas vendidas para todas las películas en cartel, un récord histórico que demolió la marca impuesta por la película más taquillera de la historia argentina, «Toy Story 4», cuando en la semana de su estreno en 2019 contribuyó a que se cortaran 2.582.575 tickets, según las cifras relevadas por la consultora Ultracine.

Más moderado aunque también importante fue el arranque de «Oppenheimer», que llevó a los cines a 279.342 personas y completó la operación combinada de marketing y redes sociales llamada «Barbenheimer», que asocia a las películas de Grewig y Nolan como las dos producciones del año, algo así como una jornada ideal de cine.

Lo que pasa en la cartelera local con el «Barbenheimer» es el reflejo de lo que sucede en el mundo, sobre todo en Estados Unidos, en donde ambas producciones no paran de facturar.

La cuarta película de Greta Grewig, luego de «Nights and Weekends», «Lady Bird» y «Mujercitas», recaudó nada menos que 214,1 millones de dólares en su primera semana en los cines norteamericanos y ya superó como el séptimo filme del año a otro tanque como «John Wick: Capítulo 4», que sumó 187 millones. Y está previsto que en breve alcance a «Ant-Man and the Wasp: Quantumania» de Marvel, según señala el medio especializado Variety.

Por su parte «Oppenheimer» en siete días alcanzó los 107 millones de dólares (238 en el mundo), una cifra considerable en tanto se trata de un drama centrado en un científico que con sus teorías llevadas a la práctica en la Segunda Guerra Mundial terminaron con la vida de más de 250 mil personas en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

«Históricamente el público mundial se construyó con blockbusters, cuando hay películas de este tipo, la gente va al cine, como pasó con ‘Top Gun: Maverick'», había dicho a Télam el director del Festival de Cannes, Thierry Frémaux el año pasado.

La declaración de Frémaux podría parecer contradictoria, en tanto el responsable del llamado «Festival de Festivales» tiene una programación inscripta en la categoría algo perimida del llamado «cine de autor». Sin embargo, el director francés sabe que la industria audiovisual se asienta en las grandes producciones y le dan sustento al otro cine más de búsqueda o que directamente no cuenta con los recursos del puñado de elefantiásicos filmes que dominan la cartelera en cada temporada.

La versión cinematográfica que resignifica desde el feminismo a la muñeca de la empresa Mattel y la biopic del científico atormentado que desarrolló la bomba atómica, junto a otra superproducción como «Misión imposible: sentencia mortal -Parte l» por sí solas no van a salvar al cine (no está claro que el cine esté en peligro y menos que deba ser «salvado»), pero sin duda las grandes producciones -que hay que decirlo, siempre provienen de Hollywood y asfixian a las películas nacionales de cualquier país-, traccionan público a las salas y benefician indirectamente a otros filmes que no tienen presupuesto generosos ni tampoco recursos para invertir en marketing.

Entonces, al menos desde el fenómeno «Barbenheimer», de lo que se trata es de recrear la vieja experiencia colectiva de ir al cine y vencer la inercia de ver películas en el hogar.

En «Oppenheimer» pero también en «Dunkerque» en 2017 y tres años antes en «Interstellar», Christopher Nolan rodó en el formato IMAX, coherente con su credo del cine como gran espectáculo, heredero de las grandes películas del pasado filmadas en 70mm y con poca intervención de lo digital.

Por su parte Greta Grewig, que con su película ‘Lady Bird» (2017), además del trabajo en conjunto con su marido Noah Baumbach en «Frances Ha» y «Mistress America», se convirtió en una referente del subgénero del cine independiente americano de bajo presupuesto llamado «Mumblecore» -que destaca el naturalismo y el realismo con personajes fuera de eje que no encuentran su lugar en el mundo-, con el proyecto de «Barbie» entre manos, sin prejuicios se sumergió en el mundo de la muñeca más famosa del mundo y se encaminó a un diseño de producción gigantesco que muestra su total efectividad en la pantalla grande.

Y claro, está Tom Cruise, un defensor del cine en el cine: «Las películas tienen que verse en salas, en ellas te sientes parte de una comunidad, compartes la experiencia», dijo el actor el Cannes cuando presentó «Top Gun: Maverick» el año pasado, en donde para reforzar la espectacularidad de la Avant Premiere, ocho aviones de combate surcaron los cielos del boulevard La Croisette de la pequeña ciudad francesa.

Por supuesto, la toma de posición de la estrella estadounidense también se aplicó a «Misión imposible: sentencia mortal» (350 mil espectadores en Argentina, alrededor de 300 millones de dólares de recaudación en el mundo), porque en dónde disfrutar mejor de las aventuras plenamente adrenalíticas del agente Ethan Hunt y sus encargos inverosímiles que en la pantalla grande; o qué posibilidad hay de apreciar en su totalidad si no es desde una butaca la tragedia de la creación de la devastadora bomba nuclear en la recreación que hace Nolan en «Oppenheimer».

Y finalmente, cómo sumergirse en ese mundo de artificio desatado y a la vez pensante que es «Barbie», si no es acompañado de decenas de personas en una sala a oscuras que siguen con atención un relato que se convirtió rápidamente en un fenómeno social.

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