El 9 de diciembre de 2018 permanece como uno de los capítulos más intensos y trascendentales del fútbol sudamericano. Ese día, River Plate venció a Boca Juniors por 3 a 1 en el estadio Santiago Bernabéu y se consagró campeón de la Copa Libertadores en una final única, marcada por su contexto excepcional y su impacto deportivo e histórico.
El encuentro, disputado fuera del continente por cuestiones de seguridad, fue seguido por millones de espectadores alrededor del mundo. Boca abrió el marcador con un gol de Darío Benedetto tras una jugada de contraataque, mientras que River igualó en el segundo tiempo con una definición de Lucas Pratto luego de una gran secuencia colectiva. La paridad llevó el partido al tiempo suplementario, donde el equipo dirigido por Marcelo Gallardo encontró su momento clave.
Juan Fernando Quintero rompió el equilibrio con un zurdazo inolvidable desde afuera del área, mientras que Gonzalo “Pity” Martínez selló el resultado con su corrida en tiempo agregado hacia el arco vacío, una imagen que quedó grabada en la memoria de los hinchas.
Con esa victoria, River obtuvo su cuarta Copa Libertadores y marcó un antes y un después en el clásico más grande del país. Para Boca, la derrota significó uno de los golpes deportivos más profundos de su historia reciente.
Siete años más tarde, la final sigue siendo un recuerdo cargado de emociones opuestas: celebración eterna para unos, una herida que aún pesa para otros. Pero, sin importar el color de la camiseta, pocos dudan de que fue un partido que redefinió rivalidades, narrativas y el mapa emocional del fútbol argentino.