La expansión de la inteligencia artificial en ámbitos de apoyo emocional, compañía y consejo está despertando preocupaciones entre especialistas. Scott Galloway, profesor de la Universidad de Nueva York y reconocido autor, advierte que la creciente dependencia de la IA para suplir vínculos humanos podría erosionar habilidades sociales básicas y profundizar la soledad.
El fenómeno adquiere relevancia en un contexto donde los chatbots y asistentes virtuales son capaces de simular empatía, escuchar y responder de forma personalizada. Sin embargo, Galloway subraya que esa “empatía artificial” es una imitación funcional, sin la profundidad emocional que aporta una relación humana real. La experiencia emocional auténtica, sostiene, se construye en la fricción y la imperfección: en el conflicto, la incomodidad y el aprendizaje compartido.
Este reemplazo afectivo también presenta riesgos psicológicos. Diversos estudios recientes advierten que los usuarios con mayor interacción emocional con chatbots pueden desarrollar dependencias que los alejan de vínculos reales, contribuyendo al aislamiento social. Lo que empieza como una herramienta de apoyo puede convertirse en una barrera invisible entre la persona y su entorno.
La advertencia de Galloway se suma a voces que piden una reflexión ética profunda. La IA puede ser una herramienta valiosa, pero no debería ocupar el lugar insustituible de las relaciones humanas. El desafío actual es claro: debemos usar la tecnología para acercarnos, no para evitar el contacto genuino.